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Humillación

De la familia de palabras del verbo humillar, palabra que proviene del latín humiliare, su significado etimológico es “hacer que uno se postre o arrastre por el suelo” (humus en latín).

El sentido del humiliare latino, era obligar al otro a reconocer su propia bajeza postrándose en la tierra.

O bien arrastrarlo por el suelo para rebajarlo, vilipendiarlo y denigrarlo en su dignidad.

A veces la humillación es postrarnos ante la grandeza de nuestro Creador.

La humillación, en nuestro lenguaje cotidiano, es todo acto que denigre a otro ser humano en su persona a causa de su cultura, su origen étnico, su condición sexual, su religión, su nivel socioeconómico.

La humillación pública suele utilizarse como herramienta de tortura, o para perjudicar el buen nombre del sujeto.

Diversas organizaciones de derechos humanos han considerado a la humillación pública como una forma de tortura pasiva que implica una violación de los derechos humanos.

En el contexto de la educación, la humillación es parte del bullyng, el acoso y la violencia escolar.

El hostigamiento o maltrato psicológico también puede darse en el ámbito laboral, el que en muchas ocasiones ha sido escenario de la manifestación de ciertas conductas compulsivas, relacionadas con la solicitud de favores sexuales contra el consentimiento del receptor.

El acoso sexual es una forma de humillación que tiene como característica la intimidación de la víctima, llegando en muchos casos a la violencia.

Actualmente la sociedad está atravesada por el flagelo del femicidio, que es el asesinato de la mujer en manos de un hombre, a causa de misoginia o machismo.

Se trata de un acto de máxima gravedad, que está enmarcado en la violencia de género, acompañada generalmente por actos vejatorios y humillantes.

Si bien asociamos humillación con descalificación y desprecio, para el cristiano el término tiene un significado y una connotación diferente.

Según la Biblia, humillarse es reconocer y aceptar la propia condición de lo que soy, de cómo estoy y de lo que he hecho, en relación con lo que Dios dice que debería ser, estar y hacer.

Humillarse delante de Dios es reconocer lo insignificantes que somos ante Él, y la inferioridad de la condición humana. Humillación es reconocimiento de su grandeza, de su poder creador, de su provisión y de su plan de vida y salvación para nosotros.

Cuando nos despojamos del yo, dejamos el orgullo y nos postramos de rodillas ante la presencia de Dios con corazón sincero, estamos humillándonos conscientemente ante quien nos creó y dio vida.

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