El ego, en latín yo, es la parte consciente de la personalidad por la que un sujeto se reconoce a sí mismo e identifica su identidad. Su tarea es dar el sentido de sí mismo. El ego organiza la actividad consciente que consta de recuerdos, percepciones, pensamientos y sentimientos.
El ego es uno de los componentes de la personalidad que permite conocer cuáles son las necesidades a satisfacer, y media entre los instintos del ello, los ideales del superego y la realidad del mundo exterior.
El yo es una instancia del mundo psíquico, según la teoría de Freud, que diferencia lo interno de lo externo, ayudando al ello a conciliar con el mundo exterior. Su función se adapta tanto a las situaciones internas como externas.
Cuando el ego de una persona es exacerbado tiene dificultad para conectarse con los demás, ya que le cuesta entender un ego que no es el suyo. El yo sólo busca la satisfacción de sus propias necesidades y pierde de vista las del mundo exterior, lo cual afecta las relaciones de pareja, laborales, amistades y familiares.
El ego se constituye a partir de la percepción que el otro tiene sobre mí, por eso comienza a formarse con la madre desde el nacimiento del bebé, ya que ella cumple la función del espejo para el niño.
El problema se presenta cuando el mismo sujeto se vuelve objeto de deseo en la formación de la personalidad, como ocurre en las personalidades narcisistas. El narciso, en vez de desear a otro se desea a sí mismo y su yo se configura perdiendo la proporción de sí, pasando el ego a ser el centro de la actividad psíquica de la persona.
El ego es importante porque da sentido de identidad, organiza las ideas, percepciones, vivencias y experiencias del mundo.
Estar parados en el ego es estar centrados en uno mismo, lo cual resulta perjudicial teniendo en cuenta que el hombre es un ser social y necesita interrelacionarse con el medio de un modo saludable.
