La construcción de la identidad personal es un proceso que se inicia con la conquista de la intimidad, consolidando la noción del yo y la relación con nuestro interior. Para ello es necesario el reconocimiento de aquello que nos diferencia como individuos, y de aquello que pertenece a la órbita de nuestros deseos.
La pertenencia a una familia es el punto de partida desde donde se edifica la identidad, a través de mecanismos propios de la niñez como la imitación, identificación e introyección, en donde el niño aprende poco a poco a distinguir entre su yo y el de los demás; posteriormente a través del mito familiar que configura un legado que se transmite de generación en generación, conteniendo la idea diferenciada y valiosa de quiénes somos.
En la adolescencia se produce el proceso de individuación, en el que el adolescente realiza identificaciones nuevas a fin de comparar ideas, estilos de comunicación y valores, confrontando su aprendizaje primero. La distancia entre esos dos mundos diferentes, definirá sus elecciones y construcción de su identidad personal.
El cuestionamiento a las creencias sociales y culturales del ser humano como la ética, la política, las relaciones, los valores, posibilita la creación de un estilo personal que se debate entre la necesidad de ser semejante a los demás con el objeto de ser aceptado, y la necesidad imperiosa de ser distinto.
La identidad personal nos permite reconocernos a nosotros mismos a través de todo aquello que nos identifica y nos define como individuos. La memoria nos permite tener conciencia de nuestra identidad, sin la cual no sería posible nuestro autoreconocimiento.
A pesar de nuestros cambios y transformaciones a través del tiempo, hay algo que permanece inmutable y es la convicción de ser nosotros mismos odo el tiempo.
La pertenencia a un grupo social, la nacionalidad, la lengua, la tradición, y los datos personales que nos identifican como individuo también hacen a nuestra identidad personal.
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